martes, 13 de marzo de 2012

Lesbianas, gays y trans: ¿nacen o se hacen?

Publicado en La Silla Vacía, Marzo 13 de 2012

Zach Avery nació siendo niño pero desde que pudo y por todos los medios demostró que no quería serlo. Su madre añora al hijo, pero respeta su decisión de vivir como niña. El de Noah es un caso igualmente precoz de tránsito identitario de género. El padre afirma haber hecho todo para evitar que su hijo "sea como es" y está seguro que "él no escogió ser así". En Cali Évelin Andrea, antes Marlon, dice que su familia "sabe que soy gay desde los 11 años porque me veían el quiebre, así". Cumplió quince años y lleva tres inyectándose hormonas.
Simon LeVay supo que era homosexual a los doce. Cuenta que era un niño afeminado típico: poco deporte, cercanía con la madre y mala relación con su padre. Encajaba en la receta freudiana para la que él propone voltear la causalidad: no son los padres hostiles los que vuelven un hijo gay sino la falta de masculinidad del niño lo que configura esa mala relación. Tras la muerte de SIDA de su compañero por 21 años LeVay, neurobiólogo de formación, se puso a rastrear las diferencias de la sexualidad en el cerebro. Analizó durante un año el cerebro de cadáveres de gays declarados y de heterosexuales, hombres y  mujeres. Encontró que un grupo de neuronas del hipotálamo, el INAH 3, era el doble de grande en los hombres hetero que en los homosexuales y las mujeres. El trabajo, publicado en Science en 1991 aún suscita polémica. Se le critica que esos cerebros de gays, todos muertos de SIDA, podrían haber sufrido alteraciones por la misma enfermedad.

El tamaño del INAH 3 no es el único argumento de LeVay para sugerir que “la evidencia científica indica una fuerte influencia de la naturaleza y sólo una modesta influencia del medio” sobre la orientación sexual. Por un lado, señala que es un rasgo de familia: tener un pariente homosexual aumenta la probabilidad de serlo. El 25% de los hermanos de gays tambíen lo son, contra menos del 10% en la población. Entre hermanas de lesbianas la proporción es del 15%.
La evidencia más sólida del componente congénito de la sexualidad proviene de estudios con hermanos gemelos: que uno sea homosexual incrementa hasta en un 65% la probabilidad de que el otro lo sea. Para un mellizo el aumento es del 30% y entre  lesbianas las cifras son del 48% y 16%. Doug Barnett fue heterosexual hasta los 28 años, cuando su hermano gemelo le confesó que era gay. Quedó tan intrigado que tuvo sexo con varones y comprobó que esos encuentros le eran más satisfactorios.
Otro indicio de influencia genética son los hombres con un cromosoma X adicional, entre quienes hay mayor proporción de gays. Ciertos rasgos infantiles -no siempre inculcados pues algunos van contra los patrones culturales- que predicen la orientación sexual adulta también son, según LeVay, síntoma de predisposición innata. Richard Green, un psiquiatra de UCLA, siguió una cohorte de niños afeminados y encontró que una alta proprorción terminaron siendo homosexuales. La mayor parte de los gays -y un poco menos las lesbianas- tienen recuerdos eróticos precoces con congéneres. Esta concordancia entre conductas infantiles y sexualidad es “coherente con la idea de que los mecanismos biológicos de desarrollo cerebral influyen en la orientación sexual”.
El último punto es que la atracción sexual no es  un rasgo aislado sino que por lo general se presenta en conjunto con otras conductas relativamente homogéneas. Las ocupaciones consideradas masculinas, por ejemplo, resultan atractivas para ciertas lesbianas y algunos gays se centran en actividades típicas de mujeres. El ser zurdo o diestro también difiere entre la población homosexual y el resto.  
Para LeVay la evidencia disponible indica “una influencia genética fuerte pero no total en la orientación sexual de los hombres y una influencia genética considerable pero quizá algo menor en las mujeres”. Esta observación hecha hace casi dos décadas es consistente con hallazgos recientes de un grupo de sexólogas experimentales, para quienes la orientación sexual masculina –hetero y homo- es más predeterminada y menos cambiante que la femenina. También concuerda con el largo estudio de una lesbianóloga según el cual ellas son sexualmente más fluídas. Como afirma con pleno conocimiento Beatriz Preciado, una de las pocas feministas divertidas, eso de la sexualidad “es como las lenguas, todos podemos aprender varias”.
El feminismo plantea que la heterosexualidad es una construcción social impuesta por el patriarcado. Una visión extrema es que el sistema  “transforma infantes bisexuales en personalidades con género masculino o femenino”. Lo que no se aclara es que para llegar a ser mujer es mejor contar con una materia prima peculiar, bien femenina. Una de las pruebas más reinas, más queer, en contra de la posibilidad de realmente hacerse mujer sin ayuda de la naturaleza estuvo a cargo de un grupo de travestis argentinas a quienes en 1996, después de "levantar banderas por el movimiento" y de definirse “también nosotras como feministas”, se les negó la entrada  a una jornada de trabajo y luego al encuentro nacional feminista en Córdoba. Las asistentes, supuestamente no sólo tolerantes sino aliadas de los trans, no soportaron reunirse con esos nacidos hombres. Lo “travesti inquieta aún al colectivo feminista … la mirada de algunas de ellas sobre nosotras sigue situándonos en nuestro origen biológico masculino” señala Lohana Berkins, dirigente de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti. Quien sabe si Zach, Noah o Évelin tendrán mejor aceptación de sus nuevas congéneres. Mostrando la fragilidad de su doctrina, y de la alianza con LGBT, las feministas gauchas prefirieron renunciar a la tesis medular de la Beauvoir antes que mezclarse con las travestis a quienes no les creyeron el cuento que la mujer no nace sino que se hace.

martes, 6 de marzo de 2012

Si no eres mía, no serás de nadie


Publicado en La Silla VacíaMarzo 6 de 2012
En los años sesenta Prosenjit Poddar, estudiante hindú de Berkeley, conoció en unas clases de baile a Tatiana Tarasoff. Salieron varias veces y en Año Nuevo se dieron un beso que él interpretó como el reconocimiento de una relación amorosa seria. Tatiana tenía otros planes. Prosenjit quedó resentido, comenzó a acosarla y a buscar venganza por el desaire. Solicitó ayuda a un psicólogo a quien confesó que quería matarla. Por petición del profesional, Prosenjit fue detenido pero luego puesto en libertad. La familia de Tatiana no supo de las amenazas y Poddar terminó cumpliéndolas: la mató a puñaladas para luego entregarse. Los Tarasoff demandaron a la Universidad por negligencia y el caso definió la jurisprudencia norteamericana sobre las obligaciones de los profesionales de la salud ante el riesgo de violencia de pareja. En Colombia aún no hay total claridad al respecto. 
Con leves variantes, el caso parece universal. Cindy Meléndez sabía que su relación con Maclaus sería tormentosa. Sin hacerle caso a su madre se fue a vivir con él. No soportó las trompadas de “quien la violentaba cegado por los celos”. Antes de abandonarlo él  sentenció: “si no eres mía, no serás de nadie”. Luisa, brasileña de 37 años, era prostituta en España. Así conoció a Benjamín, 13 años mayor que ella. Se ennoviaron, se instalaron juntos pero Luisa se aburrió y volvió al oficio. Con frecuencia él la amenazaba. Llegó al bar esgrimiendo una pistola y le gritó: “Si no eres mía, no serás para nadie”. El suceso no es nuevo. Fray Agustín Dávila, cronista de México en el siglo XVI, relata cómo una mujer española "celebrada por su hermosura" fue muerta a puñaladas por el marido que "vivía muriendo de celos". En todas las sociedades para las que se dispone de información sobre homicidios de pareja se repite la historia del ataque por un hombre celoso ante la infidelidad, real o imaginada, o el intento de abandono de la mujer. No todos los feminicidas deben usar la manida frase "ni mía ni de nadie" que además, no siempre es letal. También está detrás de la horrible modalidad del ácido en la cara de jóvenes que quieren cortar con  agresores que “asesinan la belleza, la víctima jamás olvida al victimario”.
La explicación feminista tanto para el “asesinato misógino de mujeres”, como para el continuum de violencias contra ellas es que son “el producto de un sistema estructural de opresión … muestran una manifestación extrema de dominio, terror, vulnerabilidad social, de exterminio y hasta de impunidad … resultan de las relaciones estructurales de poder, dominación y privilegio”. El misógino difícilmente aplica para hombres enamorados de sus víctimas. Lo de impune resulta impreciso con atacantes que se rinden a las autoridades o se suicidan. La dominación y el privilegio suenan insólitos en cabeza de desesperados incapaces de someter a la persona sin quien, literalmente, no pueden vivir. Agrupar las agresiones contra la mujer contribuyó a visibilizarlas y a sacarlas de la esfera privada, pero convendría superar esa etapa. Seguir mezclando ataques tan distintos  -violaciones, acoso, violencia de pareja, explotación sexual, ablaciones, desfiguración- bajo el rótulo de violencia machista, y atribuirles como causa común la misoginia y la opresión es un obstáculo para el diagnóstico adecuado de cada variante.   
El feminismo acierta al señalar que la violencia de pareja surge de "un sentido de posesión sobre las mujeres”. Pero esa pretensión de propiedad es singular. El error ha sido ignorar la paradoja fundamental: los hombres no buscan controlar a cualquier mujer sino únicamente a la que aman. La lamentable declaración de posesión no es un manifiesto político, es la expresión extrema de una emoción que todos hemos sentido, los celos. La doctrina ha sido tan terca que erradicó de los estudios de violencia de género todo lo relacionado con esa pasión y preocupación milenaria. Para comprenderla ha sido desafortunado sacarla de su contexto -las relaciones amorosas y el sexo- para cubrirla con una faceta política que poco aporta al diagnóstico y aún menos a la prevención. 
La mencionada teoría no sirve, y la razón es simple: no discrimina a los agresores. Los victimarios potenciales no somos todos los hombres educados bajo el patriarcado sino una fracción de individuos muy peculiares. Si de dominarlas se tratara, la violencia contra ellas se iniciaría mucho antes, desde kinder, y no se limitaría a las mujeres de quienes los agresores se enamoran. Si fuera asunto de poder las víctimas serían no sólo más tempranas sino variadas: hermanas, compañeras de clase, vecinas, colegas o transeúntes en la calle.
La violencia física de pareja se focaliza en las mujeres con las que se ha tenido algún tipo de encuentro sexual. A Prosenjit le bastó con un beso. Una encuesta realizada entre adolescentes centroamericanos es ilustrativa: sólo el 2% de las jóvenes vírgenes reportan haber sido golpeadas por sus novios. Para las sexualmente activas la proporción sube al 16% y entre quienes tuvieron sexo antes de los 13 años se llega al 33%. Otra encuesta a universitarios bogotanos arroja resultados similares. 
El afán de exclusividad depende más del sexo que de la política. La noción de crimen pasional contribuyó a la impunidad de los incidentes por mucho tiempo y el “porque te quiero te aporrio” es un disparate para definir derechos en la pareja. Pero habrá que retomar lo poco que se sabía sobre celos masculinos para entender a los agresores, detectarlos oportunamente y prevenir sus ataques. Sin que por eso deba dejar de caerles todo el peso de la ley.