domingo, 2 de octubre de 2011

Los mujeriegos son más que las ... (ni siquiera existe el término)

Publicado en la Silla Vacía, Septiembre 27 de 2011


Son comunes las historias de cuernos. Algunas infidelidades son ocasionales y fugaces. Otras son transitorias: la persona infiel sale de un nido y prepara el otro.
A pesar del misterio, son más frecuentes en el país los deslices masculinos. Según dos encuestas nacionales, una del 2008 y otra del 2011, más de la mitad de los colombianos han sido infieles, contra cerca de un tercio de las mujeres. En otro sondeo realizado entre universitarios las diferencias por género son menores, pero entre quienes reportan haber sido infieles varias veces los mujeriegos barren.
En todas las preguntas relacionadas con la infidelidad las respuestas positivas de los hombres superan las de las mujeres. Parece común que él ponga cuernos mientras ellas –la pareja y la otra- le son fieles. Es lo que ocurre con la sucursal, una iniciativa bien masculina que merece capítulo aparte.

Unas infidelidades tan audaces que deben ser fugaces, son las que ocurren por ahí, en el entorno cercano, y también son un asunto muy varonil.
No es fácil explicar por qué unas personas son infieles y otras no. Para las diferencias por género, conviene no limitarse a los discursos tradicionales -como el machismo, las leyes de adulterio o la religión- que son insuficientes. Precisamente, no ayudan a explicar la infidelidad femenina, que es antigua y complementa la masculina.

Los darwinistas tienen una teoría simple, consistente con estos datos. En la pareja típica, él aprecia más la variedad, le gustan las aventuras cortas y estará tentado a ser infiel con cualquier mujer más joven y bonita. Ella, más selectiva, con menor inclinación por lo efímero o casual, se sentirá atraída por hombres de mejor posición, mayor riqueza, poder, fama, o generosidad que su parejo. No se trata de una ley a rajatabla sino de inclinaciones, o impulsos instintivos. A ellos los atraen las reinas de belleza y a ellas los reyes de verdad. Se puede pensar que estos cuentos de hadas moldean los gustos, o bien que gustan porque dan en el clavo. Lo más sensato es aceptar que ambas cosas influyen y se refuerzan. 

Sea cual sea el origen de este guión tan popular, una consecuencia es que con los años, los hijos, las arrugas, la consolidación de la carrera, el progreso económico y la acumulación de poder, la posibilidad de ser infiel se amplía para ellos y se restringe para ellas. A las inclinaciones se suma la realidad del mercado. Los cuernos son tercos opositores de la equidad de género. Empresarios exitosos, funcionarios VIP, reyes reales, intelectuales o artistas de renombre, todos con sus fieles esposas, encajan en el patrón que, no sobra reiterar, admite notorias excepciones. Si, como ocurre en varias ciudades del país, la demografía aporta un exceso de mujeres y la economía riqueza mal repartida, la tendencia se consolida.

En las grandes ligas de los negocios y la política –legales o no- el afán de renovación de pareja se torna obsesivo en los varones, y la disponibilidad de féminas agraciadas parece inagotable. En Colombia, las historias de mafiosos con su séquito de reinas ilustran a la perfección el escenario. De los entornos más institucionales se sabe menos. Hemos adoptado el esquema francés de la discreción, que protege la intimidad de los poderosos, y sus eventuales indelicadezas, en detrimento del resto de nosotros. Pero se puede intuir que en la legalidad pasa lo mismo que en el bajo mundo: unos pocos se quedan con muchas. Con total liberté y poca fraternité, los cuernos también atentan contra l’égalité.

En uno de los pocos libros colombianos sobre el tema, tres psicólogas cuentan que a Mónica, casada con Esteban, se le “apareció Ricardo, que ocupaba una posición prominente en la organización y que además era encantador y seductor … la hizo sentir como en las nubes. Jamás se imaginó que un hombre al que ella veía como exitoso, brillante, de mundo y con posición se fijara en ella”.

La encuesta hecha en un parvulario de líderes no permite contrastar en detalle la teoría. Pero sí corrobora el liderazgo masculino en los cuernos. El único factor que ayuda a discriminar a los infieles reincidentes es ser hombre, siendo cinco veces más probables los mujeriegos que las mujeres para quienes aún no se acuña un vocablo equivalente. (Las lideresas de la campaña pro balance de género en el idioma deberían corregir esta falla, que tal vez restringe aún más la infidelidad femenina).

Con la muestra total de estudiantes, ni el estrato, ni el lugar de origen, ni el estado civil de los padres durante la adolescencia, ni el tipo de colegio, ni la religiosidad –propia o de la familia- ni siquiera la infidelidad del padre o la madre ayudan a discriminar a quienes han puesto los cuernos con frecuencia de los demás.

El análisis por género indica que los hombres con padres separados –tal vez por alguna infidelidad- tienen dos veces más chances de poner los cuernos. El mujeriego se hace, o nace y el entorno lo refuerza. Para las mujeres, el tipo de familia no influye. Hay un leve efecto represivo, no significativo, del colegio religioso. La orientación sexual sí permite separar a las muy infieles de las demás: en lesbianas o bisexuales, la probabilidad de los cuernos reincidentes es más del doble que en las heterosexuales. Otra dimensión, además del sexo con extraños, en que la orientación sexual afecta conductas en las mujeres pero no en los hombres.
En últimas, de acuerdo con esta encuesta y varios testimonios, aunque ser hombre –o mujer no heterosexual- definitivamente contribuye, parecería que en eso de la infidelidad simplemente, y casi por azar, se cae. Belleza y juventud les bajan las defensas a ellos, mientras el poder las hace vulnerables a ellas. A veces la aventura cuaja. Otras veces no, pero queda gustando y, roto el tabú, se reincide. Como en muchos otros juegos, en este de la infidelidad los hombres poderosos tienen más chances de salirse con las suyas.


Sexo con extraños. ¿Por qué tan pocas mujeres lo hacen?

Publicado en la Silla Vacía, Septiembre 20 de 2011


Ignorando los casos difíciles de encasillar, algunos biólogos y psicólogos sugieren una especie de patrón universal. Las mujeres, con pocos, valiosos óvulos, los cuidan y son selectivas. Para compartirlos exigen un ritual mínimo, averiguaciones previas y referencias. Algunas no lo dan sin pruebas de generosidad, compromiso y amor. Nada de eso resulta fácil con extraños. Además, es sobre ellas que recaen las eventuales y embarazosas secuelas del sexo, algo que exige cautela. Los hombres, por el contrario, sin apego por sus innumerables, insignificantes y baratos espermatozoides, son propensos a dejarlos en cualquier receptáculo, a feriarlos en parajes desiertos o insalubres. No deberían, pero ellos pueden ser irresponsables. A veces tiran y se van.
Las estadísticas parecen darles la razón a estos darwinistas. En todos los lugares, y en todas las culturas en donde se ha indagado la cuestión, las mujeres reportan menos sexo con desconocidos que los hombres. Colombia no es la excepción. A nivel nacional, 9% de ellas contra 32% de ellos han tirado con extraños. En un sondeo entre universitarios, los porcentajes son de 24% contra 38%, y el 7% de los varones reporta haber iniciado su vida sexual con una desconocida. 

Una encuesta a las francesas -hijas o nietas de las que en el 68 prohibieron prohibir- apunta en la misma dirección. Da detalles adicionales: en los polvos con nuevos parejos –no totales extraños- llegan al climax con menor frecuencia (58%) que con el parejo habitual (79%). Así, en materia de orgasmos, oh la la, más vale normalito conocido que tinieblo de infarto por conocer. Que tome nota Aleida.
La química íntima femenina atentaría contra la experimentación sexual. La vagina es un medio ácido, con un pH entre 3.8 y 4.5. Este ambiente hostil a las bacterias es lo que mantiene el lugar “tan limpio y puro como un vaso de yogurt”. El semen, con un pH alrededor de 8, es más alcalino. Por varias horas después del coito, el pH vaginal aumenta, dándole papaya a las infecciones. La vuelta al ambiente antiséptico se da sin problemas cuando el semen resulta familiar. Con esperma desconocido, el restablecimiento del pH es más lento. Un mecanismo del tipo “toca cogerle el tiro a lo alcalino”. Él no sufre los afanes de la anfitriona.

Ante tales argumentos, ¿cómo explicar los casos atípicos? ¿Cómo entender esas mujeres que han ido, según unos, contra la biología y los instintos y según otras, contra la opresión del patriarcado?

Los escenarios de los polvos con N.N. en el país aún son un misterio. La encuesta realizada entre estudiantes revela cosas interesantes. Los antecedentes familiares ayudan un poco a discriminar a quienes han tenido sexo sin previo conocimiento de su pareja. Para ellas, un padre mujeriego restringe aún más las aventuras mientras la infidelidad materna contribuye. Para ellos, los cuernos paternos o maternos no influyen. El estrato socio económico y la religiosidad también muestran un efecto diferente por género. Los sermones de curas y pastores contra la costumbre de ir tirando por ahí con cualquiera los afectan más a ellos. La alta posición social, por el contrario, las inhibe mucho a ellas, mientras que a los hombres los hace más aventureros.
Lo que definitivamente reduce la prevención de hacerlo con quien no se conoce, y de manera más marcada para ellas, es salirse de la casilla heterosexual. Para las mujeres, ser lesbiana, bisexual u “otra”, es la variable de esta encuesta que mejor ayuda a discriminar a las que han tenido relaciones sexuales con gente extraña, siendo casi cinco veces más probable que lo hayan hecho, comparadas con las que sólo les gusta con hombres. En ellos, el efecto es menor, y la religión o la clase social tienen un impacto estadísticamente más significativo.
Dadas las características de la encuesta –pobre en recursos, muestra pequeña- estos resultados deben tomarse más como sugerencia para nuevas pesquisas que como patrones definitivos. De todas maneras, surgen varios comentarios.

El primero es que, a pesar del interés del feminismo colombiano por el movimiento LGTB y lo mucho que, al parecer, se ha estudiado la diversidad sexual, fuera del discurso normativo para defender los derechos de las minorías, no es mucho lo que se divulga. Aún es poco lo que los profanos sabemos sobre los antecedentes y las características de los no heterosexuales en un país con tanta variedad étnica y cultural. 

La asociación entre sexualidad no convencional y sexo con extraños surgió por casualidad en esta encuesta a universitarias, pero el resultado no sorprende. Aunque es problemático meter en un mismo paquete lesbianas, bisexuales y “otras”, no es arriesgado señalar que todas ellas tienen en común haber separado sexualidad de reproducción. Las precauciones –instintivas y culturales- para el sexo con desconocidos tienen que ver, precisamente, con la reproducción. Si el sexo se ha depurado de esa carga, parece lógico que los trámites previos también disminuyan.

Sea cual sea la causalidad, la mayoría de universitarias no heterosexuales encuestadas parecen inmunes a una de las restricciones que históricamente más han diferenciado a las mujeres de los hombres: tirar con desconocidos. No son las únicas. Lisa Diamond, quien siguió una cohorte de 89 lesbianas gringas por varios años señala una queja común entre ellas: “es difícil encontrar mujeres interesadas en sexo casual”. En ciertas devoradoras de hombres famosas confluyen la bisexualidad y los polvos con extraños. Para las prostitutas, entre quienes se sabe que es alta la incidencia de lesbianismo, también aplica la observación.

En esta encuesta a estudiantes, la orientación sexual explica menos los polvos anónimos de los hombres que los de las mujeres. Se corrobora así una observación clave de la nueva sexología: ser lesbiana no es equivalente a ser gay pero en mujer.

Una última inquietud. El supuesto estándar en Colombia sigue siendo que lo sexual es 100% aprendido, totalmente determinado por la cultura. La pregunta que surge es dónde, cuando y cómo les enseñan en el país a algunas mujeres a deshacerse del rótulo heterosexual. Y a adoptar una conducta tan típicamente masculina como tirar por ahí con cualquiera, sin mayores preámbulos.


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Frigidez, Viagra y sexualidad

Publicado en la Silla Vacía, Septiembre 6 de 2011


Según la encuesta de sexualidad del 2008, un impresionante 36% de las colombianas de cincuenta y cinco años o más admiten ser frígidas. Aunque entre las más jóvenes la cifra es menor, para todas las edades la proporción es alta, una de cada cinco. Así, en uno de los países más felices del mundo, tres millones de mujeres reportan déficit de orgasmos. 


A pesar de lo monumental de esta cifra, y recurriendo a una queja cliché, en Colombia de eso no se habla. En el archivo de El Tiempo, desde 1990, aparecen más de 5.000 menciones del aborto, contra 66 de la frigidez o 38 de la anorgasmia. Como titula uno de los escasos artículos, se trata de “un mal que se sufre en silencio”. Los catálogos de las bibliotecas capitalinas tampoco reflejan mayor interés por las dificultades del goce femenino, sin el cual la liberación sexual no pasa de ser un mal chiste. Además, preocupa que la magnitud sea de epidemia. 
Se dice que Marilyn Monroe, con tres maridos, varios famosos amantes y todo el mundo soñando con ella, rara vez pudo ver estrellas. No basta ser sexy para llegar. En su época, una de cada tres gringas era frígida pero, a diferencia de Colombia, entre las mayores la proporción era más baja. O sea que allá, antes de la liberación femenina, algunas mujeres aprendían a superar esa dolencia dentro del matrimonio.
 
Simone de Beauvoir señala como principal causa de la frigidez la nefasta noche de bodas. Pero deja sin respuesta la cuestión de por qué, y cómo, la mayoría de las mujeres casadas lograron liberarse de ese yugo.  A ella no le ayudó mucho evitar la luna de miel en su relación con JP Sartre. Su primer orgasmo con un hombre lo tuvo ya madura, justo antes de publicar el Segundo Sexo, a punto de casarse y tener hijos con Nelson Algren. O sea cuando su vida afectiva estuvo más cerca del patrón cultural que criticó duramente después de esa experiencia. 

Por los años ochenta, Helí Alzate, un sexólogo caldense tan reconocido internacionalmente como ignorado en el país, realizó un interesante experimento que desafía la teoría del patriarcado como principal causante de esta dolencia sexual femenina. Entre dos grupos de mujeres radicalmente opuestas en cuanto al sometimiento a la cultura machista, las más oprimidas golearon en orgasmos a las supuestamente más emancipadas. 

Es una lástima que la Beauvoir no hubiera alcanzado a leer los trabajos de este ilustre compatriota, figura importante de la sexología experimental. Esta disciplina está desafiando varios de los prejuicios más persistentes sobre la vida intima de las mujeres. En particular, la noción de que la sexualidad femenina es igual a la masculina, pero más reprimida, muestra grietas por varios lados. 

Con la llegada del Viagra no sólo se revolucionó el tratamiento de la impotencia masculina. De rebote, al buscar infructuosamente una solución farmacéutica para la frigidez, volvió a quedar sobre el tapete el misterio que  había atormentado a Freud: ¿qué es lo que quieren las  mujeres? Se ha hecho evidente la gran ignorancia que existe sobre los determinantes del deseo femenino.

Hasta la fecha, los intentos por encontrar el Viagra para ellas han fallado. Este fracaso prueba que sexualmente las mujeres son distintas de los hombres y que esa diferencia, nada que hacer, no es sólo cultural. El fármaco varonil sirve en todos los lugares, a lo largo y ancho del planeta. Con el burdo artificio quedó claro lo pasmosamente sencilla y primitiva que es la sexualidad masculina, siempre con superávit de ganas. Cuando falla, se arregla con un simple artificio mecánico, como quien infla una llanta. A la vez, se ha hecho evidente que la sexualidad femenina es mucho más compleja, variada y sofisticada. Y que reside sobre todo en la mente, no tanto en el cuerpo ni en los genitales. Es tal vez por eso que ha sido tan manipulada culturalmente, como señaló la Beauvoir. En últimas, un computador es más maleable que un ábaco. 

En lo que hay consenso es que la sexualidad de las mujeres es un campo no sólo misterioso sino  poco y mal estudiado. La ignorancia no sorprende. No era mucho lo que se podía esperar de quienes hicieron votos de castidad o de filósofos y médicos que, incapaces de empatías íntimas, pensaron que se trataba de una tubería tan simple y burda como la de ellos. 

En Colombia, no es fácil identificar de quien depende y cómo ha evolucionado la agenda –si es que existe- para aliviar las dificultades del orgasmo femenino. Ha sido costoso haberle endosado todos los complejos menesteres sexuales al sector salud. De haber hecho eso con el rubro de la alimentación, la gastronomía en la actualidad se limitaría a señalar qué es veneno o qué produce gastroenteritis. Yo me atrevería a sugerir, de acuerdo con los resultados del experimento de nuestro más ilustre sexólogo, que algunas colombianas marginadas e ignoradas podrían hacer mayores aportes en materia de erotismo y orgasmos que de tráfico y mafias.  

Para un diagnóstico completo y sensible de las dificultades femeninas con el climax, y los eventuales remedios, sería útil hacer algunos esfuerzos. Por ejemplo, refinar la lista de los estragos causados por el machismo. Si se postula que la mujer frígida no nace sino que se hace, habría que precisar cómo y dónde es que eso ocurre, y cómo se puede prevenir. Y preguntarse si a punta de confrontaciones a veces gratuitas con el género masculino no se está inculcando demasiada desconfianza, tal vez paranoia, que contribuye a la epidemia. En todo caso, habrá que tener mucha paciencia. Bastante más de la poca que ha habido con algunas de ellas para que por fin lleguen.